jueves, 27 de enero de 2011

LA CONSIGNA DE LA DERECHA


tomado de aporrea.org
A Primera Vista
Por: Juan Barreto
Los chinos y japoneses, movilizaban sus tropas detrás de una consigna. Desde allí, los estandartes y escudos contienen siempre un lema. Pasando por Sun-Tzu hasta llegar a Lenin, se sabe que la consigna es el resumen, la síntesis de la política. La simplicidad y contundencia de cada frase, es lo que un físico llamaría elegancia. Por ejemplo, veamos esta belleza: “Tierra, Hombres Libres y Horror a la Oligarquía”. No hay abstracción, el deseo se concreta en cada uno de los objetos del enunciado. La consigna de los adecos del 45, recogía de manera chucuta esta idea zamorana: “Pan, Tierra y Trabajo”. Nada mal, pero no ubicaba la naturaleza de la contradicción fundante, aquello que llamaría Lacan, el espacio de El Otro. Es decir, lo que niega la realización de mi deseo, lo que no se ve pero esta en frente negándome. Estas son consignas, que a diferencia del discurso despótico, hacen la abstracción desde objetos concretos. El despotismo de una frase, recae en su sentido opaco, presentado como inocente giro retorico metafísico y abstracto; aunque es pura sobre codificación que verticaliza su propia configuración, en la misma medida que se presenta como textura lisa. Lectura narcisista que solo tiene mirada para si mismo. El despotismo es aplastamiento del otro por negación. En Zamora, por ejemplo, El Otro es reconocido en la medida en que es implacablemente confrontado, mientras que las consignas fachas son presentadas como desideologizadas y por ello universales, borrando la precariedad de aquello que me amenaza con su anfibología. En el discurso despótico no hay otra promesa que no sea la de tirar la barda lacaniana, ofreciéndose como espacio de protección, muro de alianza y fin de la indefensión precaria, producto de la indeterminación y la contradicción, zona de inteligibilidad sin sobresaltos, en donde queda suspendido el caos y abolido el peligro, el cual ocupará desde ahora un espacio reducido y controlado. Su promesa escondida es el fin de los procesos de cambio, acompañada de riqueza y complicidad tranquila. Todo lo demás queda reducido a un afuera poblado por barbaros. Es la creación de un adentro: Roma y sus muros. El discurso despótico es vertical: “Para vivir y progresar en paz”, Esa es la consigna que resume “el ideal” de la autodenominada Mesa de la Unidad Democrática. Aquí no hay equilibrismos semióticos. Ante esta desfachatez uno se queda boquiabierto, sin saber si se trata de una sínica ironía o de un soterrado homenaje a CAP. Bastaría con pasearse por la historia de las consignas de la derecha mundial para comprobar de qué se trata. Fue pensada apelando a esa tradición ¡Que peligro! Fascismo puro reclamado desde aquellos que se proclaman demócratas. El idílico sueño burgués de una vida placida y tranquila, sin lucha de clases. Ante nuestras narices, una consigna típicamente de derecha, que nos recuerda el emblema del escudo del Brasil; “Orden y Progreso”; y las consignas gomecistas y franquistas; o el comic “El Cuarto Raich”, cuyo lema era “Paz y Ornato”. Un discurso sin atributo, diría San Agustín, que tiene por virtud, aquello que de suyo la virtud pretende para sí. Código de sumisión e introspección individualista, que apela a lo más recóndito de los miedos; un dedo que jorunga al deseo agotando el carácter social y la pluralidad humana, liquidando cualquier alteración (y alteridad) en nombre de “la paz y el progreso” (¿Cúal?). Una línea de demarcación, un orden de delimitación, una fuerza violenta que reclama lo que no hay, aquello que esta ausente y se asegura de imponerlo más allá de la promesa ¿Quién o que garantizará ese “vivir y progresar en paz” ante las hordas que pretendan desbordarse? ¿Sera como el 27-F, “la autoridad” del estado la que garantice el orden?

juanbarretoc@gmail.com



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