domingo, 23 de enero de 2011

LOS DE LA DERECHA QUE SALEN A MARCHAR HOY 23 DE ENERO...

... o son perezjimenistas o hijos políticos de los perezjimenistas ...
Por: José Sant Roz
Hemos visto estos últimos días como los escuálidos del mundo uníos, están llamando a una marcha mundial contra el “dictador Chávez”, y han elegido precisamente la fecha en la cual se echó abajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Hay que tener en cuenta que todos esos marchistas, dolientes de la IV república, son todos hijos adoptivos de los adecos o copeyanos, descendientes directos del proto-adeco Marcos Pérez Jiménez. Este señor dio un golpe de estado junto con Rómulo Betancourt y cuando Betancourt luego de asumir el poder en 1959 dejó intacto el estado perezjimenista, con su constitución, su sistema político, económico y pro-imperialista.

En enero de 1958, los sótanos de Miraflores se llenaron de jóvenes oficiales presos, cosa que nadie ve en el gobierno de Chávez.

Pérez Jiménez no tuvo energía para luchar por el poder, por ello optó por irse como un cobarde, debilidad y falta de coraje que nadie ve en el presidente Chávez.

Pérez Jiménez fue impuesto por el Departamento de Estado, cosa que nada tiene que ver con el Comandante Chávez.

El pobre general Pérez Jiménez, se lamentaba: «Yo acabé haciéndome enemigo de Estados Unidos, Colombia y las compañías petroleras y fueron éstos los que me tumbaron».

Chávez sabe muy el terreno que pisa en relación con estos elementos todos anti-venezolanos.

Si algo queda muy claro, es que por lo menos en lo que a la historia de Venezuela se refiere, el pueblo como tal, hasta el 13 de abril de 2002, no tumbó jamás gobierno alguno.

No tumbó a Gómez.

No tumbó a Medina.

No tumbó a Gallegos.

No eliminó a Carlos Delgado Chalbaud.

No tumbó a Pérez Jiménez.

Los derrocamientos los provocaba una mano peluda que siempre emergía de la Casa Blanca.

Y hay que dejar igualmente definitivo para la historia, que el contralmirante Wolfgang Larrazábal en ningún momento se alzó contra el presidente Marcos Pérez Jiménez.

El mes de diciembre de 1957, Rómulo Betancourt lo había pasado en Chicago, y ya el 1º de enero se encontraba en Nueva York. Inmediatamente, al llegar a Nueva York se reúne con el agente de la CIA Serafino Romualdi y crea una sala situacional en la que comienza a dar órdenes a la gente de su partido en Caracas.

Las líneas más importantes que señala son las siguientes:

i) Que los adecos todos en el exilio se dirijan inmediatamente a Venezuela, sin esperar que las aguas se tranquilicen.

ii) meterse dentro del caos para contribuir a orientarlo en un sentido que sea beneficioso para el partido adeco.

iii) Controlar la grave situación que se estaba presentando con los cuadros internos del partido que no quieren reconocer a los mandos externos, y los de afuera que se niegan a regresar al país, porque al parecer los militantes que se quedaron en la resistencia interna quieren ahora hacer su propio camino sin contar mayor cosa con el aporte adeco.

iv) Los militantes del partido, deben abstenerse de dar declaraciones.

v) Empezar una decidida campaña para retomar comandos de Acción Democrática, retirar al partido de la Junta Patriótica y que se prepare el retorno de Betancourt a Venezuela para el 9 de febrero.

vi) Buscar el apoyo empresarial a la nueva lucha democrática, que quedará perfectamente concertada con el poderoso empresario Eugenio Mendoza quien ha aceptado un puesto en la Junta por recomendación de Betancourt.

vii) Que en la entrevista tripartita (Betancourt-Villalba, -Caldera) quedó muy claro que se debe propiciar una especie de tregua política en los próximos meses, dedicando mayor esfuerzo a reorganizar los partidos internamente que a la agitación callejera; y disposición de firmar hasta un solemne pacto, mediante el cual se elimine definitivamente en la lucha la interpartidaria pugnacidad agresiva y el desplante provocador; se trata, en síntesis, de civilizar la lucha política. Que no se debe entrar en competencias mitinescas. Que sería irresponsable caer en el jueguito del asambleísmo.

viii) Que se debe buscar una apreciable suma de dinero entre los empresarios estimable por lo menos en unos doscientos mil bolívares. Se propone que se hable con el empresario Alejandro Hernández, quien prometió aquí suscribir un pagaré en el Banco de Salvador Salvatierra, por Bs. 100.000, para ser prestado a Acción Democrática. Que Salvatierra va viajando en el vapor «Santa Paula» y debe estar llegando ya a La Guaira. “Si se presentaran inconvenientes, podría lograrse también que se reforzara ese pagaré con algunos otros amigos nuestros (todos empresarios), como Bertorelli, Ríos Vale, los Benedetti, los Haieck, etcétera. No se trataría de una donación, sino de un préstamo. Se debe ofrecer que nosotros firmaremos un documento privado a quienes respalden el pagaré comprometiéndonos a atenderlo». Todos estos quince puntos se encuentran ampliamente presentados en Antología Política, Volumen sexto, 1953-1958, op. cit., p. 715-735.

Véase pues, que todos esos marchista adecos y copeyanos, nostálgicos todos de la IV república son hijos de los que luego se cogieron el poder que Pérez Jiménez dejaba para que se continuara exactamente con la política pro-imperialista del pasado.

El pueblo de Caracas continuaba temeroso de participar activamente en las luchas callejeras. No aparecían realmente los dirigentes revolucionarios necesarios, con las ideas claras, para enrumbar al país ante la nueva realidad nacional. Ocurrió en lo interno un fenómeno que merece investigarse: casi todos los funcionarios importantes del perezjimenismo pasarán a formar parte del régimen victorioso que asumiría Rómulo en 1959.

Los jueces seguirían en sus cargos, las llamadas fuerzas vivas seguirían siendo las mismas, la gente de la prensa que guardó silencio durante la dictadura y visitaba regularmente a Pérez Jiménez en su Presidencia (por ejemplo, Miguel Otero Silva, Miguel Ángel Capriles, Luis Teófilo Núñez…), seguiría con los mismos directores; entre los sindicalistas que pasarían luego a vivir en el Country Club (y que en pleno gobierno adeco, ante cualquier estornudo de un general en algún cuartel amenazaban con echar a la calle un millón de obreros), y que emularían durante cuatro décadas al coleccionador de leones, monos y tigres, José González Navarro.

Sin ninguna duda, a Betancourt se le había explicado en Washington que se quería un gobierno como el de Pérez Jiménez en sus primeros años, pero con cierta apertura hacia los partidos democráticos y con ninguna participación, claro, de comunistas. Que lo mejor era mantener la misma estructura, e ir haciendo todo lo posible por ganarse, para esta nueva etapa, a los militares perezjimenistas. Por ello, el general Moreán Soto declararía: —¡Qué sabio es Betancourt! Ha sido capaz de convencer a los oficiales perezjimenistas de la necesidad de la democracia y se los está trayendo a todos. ¡Cómo los atrae, cómo los convence! Parece un mago, un hipnotizador.

Por su parte los oficiales perezjimenistas dirán: ¡Betancourt está entrando por el aro, está coincidiendo con nosotros…!

A mediados de febrero había llegado desde Nueva York la misma orden que se impartió contra la Junta Patriótica, esta vez con relación a Hugo Trejo: No conviene para la democracia ni muchos menos para los partidos, hay que sacarlo del juego.

Ciertamente, por un lado, el 23 de enero de 1958 fue un arreglo político para que las cosas continuaran tal cual las dejaba Pérez Jiménez. Más aún, todos los militares que habían participado en el alzamiento contra el dictador, quedarían marcados como sediciosos, y rápidamente serían puestos en cuarentena. Se habían convertido indudablemente en elementos peligrosos para la estabilidad del país, y por eso un grupo de altos oficiales que nada había hecho en contra de la tiranía, sería el que tomaría el timón en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.

¿Quiénes estaban dictando estas normas?, pues el imperio, porque los cargos claves los tomó la burguesía, el poder económico. Los que toman el poder ya han decidido que el país debe seguir funcionando en lo social y en lo económico, como lo venía haciendo desde el Siglo XIX.

Los asesores de la Junta de Gobierno, José Giacopini Zárraga (último ministro de Hacienda de Pérez Jiménez), Edgar Sanabria y Alirio Ugarte Pelayo, todos ultra conservadores, auspiciaban la conformación de un gobierno que ni remotamente oliera a revolución, para que en Estados Unidos se entendiera que prácticamente entre nosotros nada había cambiado.

De inmediato, los oligarcas se movilizaron, el presidente de Fedecámaras (o Fedécame, como le decían), Ángel Cervini, propuso una tregua obrero-patronal a los sindicatos para que no hicieran huelgas, lo que resultó una verdadera patraña para robarle combatividad al proletariado y con ello reducir los riesgos de un verdadero cambio revolucionario.

La gesta más chabacana de aquella acción, digna de ser estampada en los cloacales anales de AD, vendría luego: se trata de una expresión de Gonzalo Barrios y que los partidos Acción Democrática y Copei han celebrado mucho: Se encontraba este ambiguo personaje durmiendo en un lujoso apartamento en Nueva York, al cual van Betancourt y Jaime

Lusinchi, muy de mañana a notificarle la buena nueva; el ex secretario de Gallegos, al enterarse, exclama: —Caramba, ¿a quién se le ocurre tumbar a un dictador a estas horas de la madrugada? Los dos políticos irrumpen en carcajadas espantosas, vulgaridad inefable profundamente arraigada en el partido del pueblo.

Comienzan a llegar oleadas de exiliados, y el más numeroso grupo proviene de Costa Rica, en un avión que ha puesto a la disposición «Pepe» Figueres. En él vienen, entre otros, Raúl Leoni, Domingo Alberto Rangel, Carlos Andrés Pérez, Octavio Lepage, Antonio Léidenz, Guido Grooscors.

Cada connotado líder que va llegando, pronuncia un espectacular discurso en el aeropuerto de Maiquetía, que es retransmitido por las radiodifusoras más poderosas a toda la nación.

Los discursos más vibrantes fueron los de Jóvito Villalba y Rafael Caldera. Sobre el discurso de Jóvito, le llegó a Rómulo un minucioso informe:

Habló de Estados Unidos, censurando su política de apoyo a los dictadores y de tacañería para ayudar el desarrollo de Latinoamérica.

Exaltó al pueblo norteamericano y a la buena política roosveltiana de la buena vecindad. Habló de sí mismo. Se refirió a su largo contacto —de 17 años— con la universidad. Sus primeros estudios seguidos desde la cárcel; los segundos estudios seguidos desde el destierro. Dijo que era un eterno estudiante. Envió un saludo a todos, desde el clero hasta los comunistas.

Sabemos que Caldera salió a última hora de Venezuela, y que su partido no había luchado contra la dictadura; él lo explica de esta manera: «El papel básico de Copei en el derrocamiento del régimen, fue el mantenimiento de un clima de resistencia espiritual. Aunque fue silenciada por el terror, esa resistencia fue necesaria para que florecieran en esta feliz oportunidad las brillantes jornadas que nos han devuelto el crédito y el afecto de los pueblos hermanos de América».

Jóvito, ante cinco mil personas que le esperaban, exclamó: «Este no es un golpe frío sino la lucha hombro a hombro del pueblo, al lado de la juventud militar».

Como dentro del traumatizado aparato de gobierno han quedado enquistados jefes del pasado, como los coroneles Roberto Casanova y Abel Romero Villate, el «genial» oligarca Arturo Sosa, a quien le tocará jugar un papel crucial en la democracia, propone que se les dé a cada uno cien mil dólares para que se vayan y cojan las de villadiego.

Estas genialidades se pagan muy bien en Venezuela, de inmediato Arturo Sosa, gran camaleón de las finanzas nacionales y del Grupo Vollmer, fue premiado adjudicándosele el Ministerio de Hacienda. Así comenzó funcionando la Junta de Gobierno presidida por un hombre totalmente inculto como Wolfgang Larrazábal. Por su parte, José Giacopini Zárraga, que venía ocupando desde el 10 de enero de 1958 el Ministerio de Hacienda, se lo traspasa a Sosa, el 24 de enero; éste recibe en Caja 2.580 millones de bolívares y un mil millones de dólares en reservas internacionales (sin contar lo de las regalías petroleras y lo relativo al Impuesto sobre la Renta).

Hasta entonces, ningún presidente había acudido al crédito internacional para hacer frente a nuestros problemas económicos. En muy poco tiempo Sosa se encargará de dilapidar estos enormes recursos, y en Caja se descubrirá un faltante de mil millones de bolívares, a la vez que las reservas internacionales, para fines de 1958, caen a 801 millones de dólares.

Betancourt ordenó a su partido que se ejerciera toda la presión posible para exigir la ampliación de la Junta Patriótica.

Ya Jóvito estaba dando piruetas verbales contra Estados Unidos sin esperar las órdenes impartidas por el Departamento de Estado para la farsa. Se había acordado en Nueva York, que tanto Rómulo como Jóvito, para confundir al pueblo utilizasen algunos latiguillos antiimperialistas. Ya sabían que en la medida que transcurriera el tiempo, se harían inevitables las divisiones dentro de los partidos, pero que había que adelantarse en cuanto al tema de la propaganda mientras se controlaban los puntos estratégicos del poder. Jóvito estaba desaforado por ser el primero en llegar a Miraflores.

Con el Departamento de Estado, Betancourt, Villalba y Caldera acordaron que el vicepresidente Richard Nixon debía presentarse en Venezuela, lo que sería un gran acto de amistad del poderoso país del norte hacia nosotros. Era necesario hacer ver que Estados Unidos nada tuvo que ver con la dictadura de Pérez Jiménez, y que se estaba en condiciones de iniciar una nueva relación política y comercial, vigorosa y firme.

A Larrazábal se le escapa decir que pronto deben hacerse elecciones libres y directas, y aquello fue una bomba que rápidamente estremeció a todos los partidos: algo que además celebró con entusiasmo el pueblo.

El día 25 de enero, la Junta de Gobierno fue engrosada por dos civiles, Eugenio Mendoza (de los prominentes acreedores privados) y Blas Lamberti. Ese mismo día por la noche, Larrazábal muestra claramente el tipo de hombre que es al declarar: «El gobierno mantiene absoluto control de la situación y muy pronto podrá anunciar la suspensión de las medidas que para mantener el orden se han dictado, para que, en esa forma, todos los venezolanos podamos disfrutar de nuestros espectáculos públicos, de nuestras carreras de caballos y del aire libre que respira la nación».

Resulta increíble que el PCV haya decidido dar todo su apoyo a un hombre tan débil y vacuo como el vicealmirante.

Pero eso no es lo peor; el PCV se dedica con frenesí a pedir

«elecciones ya», sin caer en cuenta que caía en la vil trampa que constituía la propuesta del grupo radical de la derecha, manejada por Betancourt.

Para ese enero de 1958 tenemos en Caracas 40 mil ranchos, y en toda Venezuela un 25 por ciento de población analfabeta.

El 9 de febrero de 1958, llegan Betancourt y su familia a Maiquetía.

En su estilo retórico y camaleónico, con su voz atiplada e hiriente dice: Regreso a mi patria sin ánimo de venganzas, sin apetito de gobierno, pero sí con la idea y con la convicción de una tregua política, durante la cual los partidos deberán reorganizar sus filas en forma serena y sin ninguna impaciencia[...] Debo decir que de inmediato iré al cementerio, donde sobre la tumba de mis padres y de mis compañeros muertos en la lucha por la libertad, juraré ser un hombre sin ambiciones personales ni deshonestas.

Entre los que fueron a recibir a Betancourt, temblorosos de emoción, se encontraba Simón Sáez Mérida, secretario general de AD. La juventud adeca deliraba entusiasmada por aquel mítico hombre, sobre todo Moisés Moleiro, Héctor Pérez Marcano, Jesús María Casal, Gumersindo Rodríguez, Rómulo Henríquez (hijo) y Américo Martín.

Éstos, podía decirse, eran los que se habían quemado el pecho enfrentando la dictadura sin irse por los caminos del dorado exilio.

Betancourt prefería confiar en los que emigraron a Estados Unidos, Puerto Rico, Costa Rica y México. El padre de todos estos «muchachos» acabaría siendo luego el terrible panfletario Domingo Alberto Rangel, el más lúcido, el más talentoso ideológica e intelectualmente, de cuantos adecos había entonces, pero quizás por ello mismo el más sensible y el menos audaz políticamente. Era básicamente un intelectual, un académico que perdió su talento dedicándose al formulismo rancio y retórico de las teorías economicistas, por lo general casi todas equivocadas. Todo un profesor, pues. Aunque hay que decir, también, que Domingo Alberto era demasiado vanidoso y petulante, y por esto mismo débil de carácter. Malinterpretó a Rómulo y éste no lo perdonó.

Lo que sorprende a este grupo de jóvenes, que están recibiendo con júbilo al líder más glorioso de su partido, al batallador incansable por la libertad y defensa de la soberanía nacional y el progreso de su patria, es observar que allí mismo en el aeropuerto, al tocar tierra venezolana, un grupo de amigos empresarios le están haciendo entrega de un automóvil convertible. Lo escoltan estos amigos, Rómulo alza la mano, trata de abrirse paso entre sus muchachos, los que han dado la pelea en la resistencia y que adonde él se dirija allí van ellos gritando «¡Viva el gran líder Rómulo Betancourt!», «¡Viva Acción Democrática!» El héroe entra al descapotado vehículo especial para la ocasión, impecablemente vestido de blanco, se quita el sombrero, alza su mano con la infaltable pipa, se despide y ahora se encamina hacia la terrible Caracas, preñada de convulsiones, de la que estuviera ausente casi diez años.

La simple entrada de Rómulo a la capital le planteó un serio problema al gobierno de transición; inmediatamente el general Jesús María Castro León le planteó al gobierno que con Betancourt en Venezuela, él no respondía de lo que le pudiera suceder a las Fuerzas Armadas. Castro León, le tenía un morboso pánico a Betancourt.

Ya Rómulo tenía armado su propio CEN para imponerse a machaca martillo, el cual integraban: Raúl Leoni, Gonzalo Barrios, Luis Augusto Dubuc, el sindicalista José González Navarro y el mismísimo Domingo Alberto Rangel.

Un día Rómulo se presenta sorpresivamente a este CEN, hermético y serio. Abraza a medias, saluda a medias, procurando descubrir qué hay detrás de aquellas miradas y sonrisas. Como para sorprender intenciones solapadas o posiciones irresolutas, calibrar el poder de los zarpazos que podría recibir, estudiar las dobleces de los que se declaran adictos a su persona. Pide que le entreguen un informe sobre los planes en los que anda Hugo Trejo, sobre quiénes son los amigos de este oficial y bajo qué ordenes actúa, quiénes en AD creen en él; en qué consiste su propuesta de lucha, su verdadera relación con Wolfgang Larrazábal, y con los que comandan tropas.

Estando en estos pormenores, recibe un sobre con una ayuda económica del empresario Alejandro Hernández. Su rostro permanece inalterable. Comenzaban a manifestarse, por vía del gran apoyo que está recibiendo de la embajada norteamericana, los primeros aportes para la campaña electoral. En redondo, la ayuda de Alejandro Hernández superará los 250.000 bolívares. Habiendo concluido la visita a su partido, se dirigió a Fedecámaras para verse con don Salvador Salvatierra con quien suscribió, para la misma causa de la lucha por la candidatura, un pagaré de su banco por 100.000 bolívares.

Por otro lado, los banqueros Julio Pocaterra y Leopoldo Correa se comprometieron a pasarle un aporte regular para el pago de sus guardaespaldas. Estos hechos que se conocieron en el seno del AD decente, serían parte de algunas chispas que iban a ir alimentando un severo cisma dentro del partido. Lo que nadie sabía en AD, era que la honda preocupación de Betancourt por los pasos que estaba dando

Hugo Trejo, tenía que ver con los contactos tan frecuentes y muy amistosos que estaba teniendo con los empresarios.

Taimado, con ese aspecto de honda preocupación con el que se disfrazaba para evitar los saludos de la «gente innecesaria e inútil», se traslada a la quinta Miramar, calle Maury, de la urbanización Las Mercedes. Poco antes de que se retiren sus compañeros, les dice casi en susurro y con aparente indiferencia: «Vengo, así debe entenderlo todo el partido, sin ambiciones políticas ni interés por el poder».

Es esta una pose muy adecuada para dejar contenta y confusa a la masa, pero en el círculo de sus más íntimos y leales amigos del partido (entre ellos no se contaba Domingo Alberto Rangel) su posición era otra. A ellos les habló por todo el cañón: —Señores, quiero que sepan que vengo decidido a gobernar. Además quiero que se enteren que ya está escrito que seré el próximo presidente de Venezuela, y espero que ustedes sepan las razones de por qué se los digo. Supongo que no se necesitarán explicaciones de ningún tipo.

Ustedes irán recibiendo mis órdenes a su debido momento, y con nadie más deben comentar esto que les estoy expresando. De momento dejemos correr toda clase de bolas y cuentos, y a mí únicamente, por reglas estratégicas, me corresponderá declarar, cuando sea necesario, lo que tenga que ver con posibles candidatos de AD. Se darán a conocer unos candidatos independientes, y no hay que alarmarse en absoluto por eso. Buenas noches, señores.

Betancourt conservará por el resto de su vida un gran sentimiento de desprecio y odio hacia los acontecimientos del 23 de enero, y conseguirá trasmitirlo a todos los miembros de Acción Democrática.

Paradoja, si se toma en cuenta que fue debido en parte, a la resistencia adeca que se consigue hacer tambalear al dictador. Pero es que dentro de la vieja guardia este sentimiento resultaba chocante. Cada vez que haya disturbios callejeros, Betancourt frenético de indignación gritará: «¡La fauna de añoradores del paraíso perdido del 23 de enero!» Porque en verdad, él mismo reconocía que el más grande error histórico fue haberle permitido a la juventud venezolana adueñarse de una posición antiimperialista. Aquel era el gran momento para un cambio total hacia un verdadero régimen de justicia y de igualdad social. Como en ningún otro momento de nuestra historia se tuvo un momento más hermoso, más auténticamente patriótico. Betancourt habría de trastocarlo y destruirlo todo.

jsantroz@gmail.com


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