martes, 19 de septiembre de 2017

PODER POPULAR Y AUTONOMÍA DE CLASE
Rafael Pompilio Santeliz

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Cuando hablamos de autonomía de clases queremos decir, en primer lugar, pueblo consciente de su porvenir revolucionario. Autonomía como resistencia a la explotación. Autoorganización como forma de consolidar la organización autónoma de clase, con conciencia para sí. Es una lucha política, económica e ideológica, que busca la unidad de los explotados, superando las divisiones que pugnan los intermediarios, los partidos, sindicatos y organizaciones que desde un vetusto Estado quieren dirigir desde la exterioridad del conflicto social. Reafirma la necesaria unidad del pueblo trabajador, entendiendo que la explotación capitalista es indivisible e implacable.
Cuando la organización surge de necesidades reales, por iniciativa de quienes quieren resolver e ir más allá, casi siempre se asegura su perdural societal. Es una acción directa con participación masiva y de acuerdo a la estrategia consensuada es proteiforme, cambia de registro, de grado de ataque buscando poner en cuestión la base misma del sistema capitalista y su contradicción principal, capital-trabajo, en toda la plenitud geográfica y social. Si no es así, el mismo sistema segregaría represión y cooptación integradora en su propio encadenamiento dialéctico para que todo vuelva inofensivamente a su cause.
Tal concepción tiene dos peligros: el espontaneismo y el economicismo inmediatista. También debe evadir la disciplina política vertical que busca sujetar a la disciplina intelectual y sofocar su capacidad de descubrir y producir teoría. Por ello se habla de la necesaria existencia de vanguardias múltiples en el seno de nuestra diversidad. No hay vocación revolucionaria espontánea, per se, no es la conciencia clasista una inclinación inmanente. Requiere de un sujeto político, una organización político rectora, y dirigentes, en su autentica expresión, es decir, una dirección que convierta a la masa, y sus necesidades inmediatas, en un proyecto de largo aliento en un pueblo organizado.
Se buscaría caracterizar y entender al sujeto total en su diversidad, sin caer en el reduccionismo obrerista. Es necesario incluir con suficiente claridad los mosaicos socio regionales y los sujetos y sus demandas particulares, propias de nuestra heterogeneidad estructural. Ampliar el concepto clasista incluyendo a todos los trabajadores capaces de producir su consumo. Esto sin negar que existan fuerzas motrices que conducirán a otros sectores que pudieran no ver con claridad los objetivos estratégicos. La idea de la no vanguardia, de una masa que solo busca sobrevivir, sin organización política y sin sujeto político, es un absurdo.
Huelga aclarar que el sujeto intelectual, tan necesario, no es mas que un trabajador que por sus capacidad de leer y estudiar los clásicos y la historia de la emancipación, es capaz de sistematizar anhelos y darles una visión más allá de las necesidades corto placistas. Intelectual que forma parte y sufre las mismas necesidades de su entorno. Fusionado con el sujeto histórico, actúa política e ideológicamente, dando significados a las condiciones estructurales, logrando establecer la hegemonía de las fuerzas motrices del cambio.
La visión comunitaria en todos los conglomerados sociales es vital en este planteamiento de poder paralelo. La autonomía además no es obstáculo para edificar relaciones con sujetos y entes estadales no antagónicos, entendiéndolo como un administrador de unos recursos que es de todos los que lo han producido.
Para algunas comunidades que poseen cohesión y sentido de propiedad identidaria los vínculos directos entre los pobladores no son otra cosa que recuperar el derecho consuetudinario. Allí se sabe quién es quien y lo que cada individuo representa para la comunidad. La organización es la parte clave del asunto. En los mismos barrios urbanos se podrían recuperar territorios en tanto se pongan en operación los vínculos entre las personas, en tanto se recircule la energía colectiva que parte de la experiencia individual de quienes decidieron organizarse. De quienes decidieron consensar.
Los movimientos sociales deben ampliar el marco cultural de su batallar, legitimando con imaginación la actuación conjunta, con colectivos culturales que sistematicen las ideas compartidas por la variedad de los movimientos sociales. Entender además que la diversidad debe tener puntos de partida reconocidos y aceptados. Se trata de construir con riqueza cultural la lucha social, creando una subjetividad con nuevos sentidos y semánticas colectivas.
Los valores compartidos, las utopías como retos simbólicos, actúan como signos que desafían al lenguaje y los códigos que han hecho una minoría. Se trata de cuestionar la racionalidad instrumental que guía a los aparatos del poder basados unilinealmente en la eficiencia y la efectividad. Ante la cifra macroeconómica hay que anteponer el para qué y el para quién de los fines y valores. Con construcciones de imaginarios colectivos que contraataquen con sus propias seducciones y complicidades comunales, relativizando las imágenes dominantes del capital. Imaginar futuros posibles, crear fisuras en las apariencias de normalidad/naturalidad del orden social y proponer otras formas de mirar/concebir ese orden hasta ahora instituido, explicitando sus contradicciones, riesgos y debilidades. Develar que la manera como está concebido el funcionar del viejo orden sólo va a llegar a un punto de soluciones no profundas.
Paulo Freire nos hablaba del inédito viable, de descubrir posibilidades de transformación posible, cuyas probabilidades no son ilusorias pues no es utópico lo que aún no es pero puede ser. Concebir lo realizable, hacerlo realidad en pequeña escala retando la eficiencia fría y gerencial con la eficacia política de las organizaciones populares. Pero para esto es preciso ampliar al máximo los apoyos, construir nuevos espacios públicos en una concepción emergente de bloques sociales emancipatorios con una resonancia cultural que cree una referencia particular. Pensar en lo global pero actuar localmente, adaptando políticas nacionales a los casos concreto de la micro localidad. Impulsar desde abajo un modelo de desarrollo ajustado a las necesidades y peculiaridades del entorno local. A la par, construir una contestación práctica contra lo que percibimos como riesgo para la vida, con el convencimiento de que decidimos hacer porque es posible hacer, y lo hacemos de manera organizada, con otras personas.
Sobre estos riesgos para la vida una de las propuestas es buscar atomizar el poder que podría tener la reacción conservadora en la localidad. Se trata, entre otras connotaciones, de detectar los centros de poder de la vieja mentalidad en el seno del pueblo y lograr políticas para su neutralización. Otras veces, hablar con el diferente en sus propios códigos, pero con nuestras lógicas respetuosas, buscando la síntesis mediante la razón objetiva. Estos mini centros de poder pueden ser familias referenciales, instituciones, personajes populares que mantienen, por prestigio y tradición, la ascendencia sobre la comunidad conservando ideológicamente las antiguas relaciones. Algunas veces son microdespotismos, que se han introducidos en el ámbito de las relaciones humanas y en la vida cotidiana, que hay que desarmar. No siempre personifican el enemigo principal a vencer, pero son sus representantes conscientes o inconscientes. El verlos como humanos, quizá también como víctimas, ayudaría a acercarse a ellos, conocer sus debilidades, para contrarrestar su influencia.
Concebir proyectos afincados en una pedagogía para la acción, con un nuevo núcleo temático práctico. No hay recetas, sólo claves estables para el impulso. Haciendo se sabrá qué funciona o no. Instrumentar modelos de realismo utópico, programas de alcance medio, propuestas concretas sobre temáticas, proyectos mínimos a partir de los cuales trabajar, señalando objetivos. El proceso partiría de una elección personal (postura individual) a la elección de los juntos como convencimiento de la necesidad de una acción colectiva y social que derrote la apatía moral del no hacer. Soluciones prácticas como efecto demostración, iría desmontando la abulia derrotista.
Estas comunidades son espacios donde se pueden experimentar elementos diferentes en lo educativo, sindical, agrario, laboral, en coordinación con las misiones. Estos núcleos irán transformándose en el tiempo en poderes constituyentes que levantarán referencias particulares en el proyecto de una nueva sociedad. Serían la síntesis de un conjunto de poderes populares donde el pueblo no delega, ni se ata a la legalidad burguesa, aunque haga uso de ella. Es un poder que subvierte y transgrede y va más allá de la simple reforma. Primero pasarían por la cogobernabilidad, luego, a un proceso de democratización que abriría las fases de: decisión, planificación, ejecución y seguimiento colectivo, forzando el nacimiento de una nueva organización basadas en las Asambleas de Ciudadanos. Reforzaría esto una manera de fundar la verdadera esencia de los Consejos comunales, se crearía una personalidad de poder popular que difícilmente pueda ser cooptada por la mentalidad burocrática-socialdemócrata que viene menguando todos los microproyectos.
Hay que asumir el desarrollo local como un proceso complejo, allí hay un espacio humano concreto que es necesario caracterizar, conocer sus intereses, sus vivencias particulares, buscar las alianzas posibles entre actores no antagónicos, superando las contradicciones en el seno del pueblo. Esto con el fin inmediato de bienestar colectivo. En la medida que los pobladores logren configura un patrón de organización que se mantenga en el tiempo y logren ver que ellos mismos resuelven en virtud de haber adquirido capacidades autogenerativas y capacidades de mejorar las condiciones ambientales podríamos hablar de cierta sostenibilidad.
El lugar de la teoría (y del análisis teórico) en los movimientos políticos y sociales suele obviarse. La caracterización, el estudio metódico de las experiencias, la esencia teórica del espacio socio cultural donde se milita es determinante. Una acertada relación de interioridad con los sectores que lo integran y un sabio repliegue a la exterioridad, para acercarse a la experiencia universal, sería parte de una teoría del conocimiento que hay que practicar. Un movimiento debe producir su propia reflexión teórica. En ella puede incorporar la práctica transformadora de ese movimiento. No hablamos de teorías acabadas, que como tal no existen. Importa el camino, el rumbo, la tendencia. Siempre hay que recordar las enseñanzas de los clásicos para inspirarse en nuestra propia realidad. La unidad entre la teoría y la práctica es la constante, recordando que “cuando la práctica no se desarrolla guiada por la teoría, ésta puede degenerar en oportunismo o aventurerismo; cuando la teoría se desvincula con la práctica se corrompe y se convierte en dogma. La práctica necesita de la guía de la teoría, y ésta para afirmarse y enriquecerse, necesita de la práctica. Son elementos que atraviesan un proceso permanente de unidad y lucha”. De igual forma, no vale la razón si el corazón y el afecto no están al unísono. El pragmatismo de un tecnócrata que busca “solucionar” sin entender nuestras subjetividades es un revés colmado de frustraciones.
Sin el retrato comunitario (la experiencia compartida y masticada por los habitantes) es difícil que exista la identidad, (o las identidades) y como tal que exista impulso para oponerse a la corriente, para ejercer la autonomía. La narración conjunta, la recuperación propia de la localidad, es el requisito fundamental para todo proyecto autogestionario. Edifiquemos, lo más horizontalmente posible, un gran movimiento cultural donde se abran mil capullos. Las opiniones, historias, testimonios, mitos, leyendas, comentarios, rumores, experiencias y conocimientos comunes serían los fragmentos que hay que unir en este autorretrato conjunto.
Todo este proyecto implica desmontar las concepciones, estructuras y procedimientos de la cultura burocrática, la salida de los agentes de la contrarrevolución que están en el gobierno y los “cazadores de fortuna” que colonizan cuanto proyecto aparezca en el horizonte. Lo viejo no ha muerto y lo nuevo apenas está naciendo. Parte de la revolución es cambio de modo de vida y de mentalidad, de lo contrario seguiremos igual.
Con estos basamentos culturales, económicos y políticos se edificará una relación que recupere la intimidad de los individuos y los grupos, poniendo en algunos casos como centro la religiosidad cultural, es decir, un sentido de respeto y de trascendencia. En algunos casos, las luchas religiosas han logrado un sentido teológico de liberación que unidas a sentimientos, conocimientos antiguos y a ciertas hibridaciones que colocan al hombre como centro, crean un sincretismo interesante para la cohesión y el hacer.
Es necesario reconocer que la tarea no es fácil. Buena parte de la población se encuentra permeada de elementos de resignación, individualismo, nihilismo, mesianismo, violencia y a los sojuzgamientos internos inherentes a todo conglomerado, pero a la vez, mantienen importantes reservas morales. La perspectiva es que pueblo ha demostrado un fervor cuando ve horizontes, de ahí se derivan, casi como condición sine cua non, testimonios espléndidos de superación, solidaridad, entusiasmo, decencia y fe en el trabajo.

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